La energía se veía sólo como un coste de funcionamiento, algo secundario. Hoy, esta realidad ha cambiado de forma clara y estructural. La energía se ha convertido en uno de los principales factores de revalorización de los activos inmobiliarios y en un elemento decisivo para atraer inversiones internacionales.
No empecé a trabajar directamente en este sector hasta este año, después de que me invitaran a conectar el sector inmobiliario con las energías renovables. En poco tiempo, se hizo evidente que este tema ya no es teórico. Está en el centro de las decisiones de inversores, gestores de activos y grandes ocupantes, tanto en Portugal como en el extranjero.
Portugal se encuentra ahora en una posición poco común en Europa. Nunca hemos tenido una energía tan abundante, competitiva y basada en fuentes renovables. Esta ventaja no es sólo medioambiental. También es económica. Y empieza a reflejarse directamente en el valor de los activos inmobiliarios.
Los centros de datos son quizá el ejemplo más claro. Son infraestructuras que consumen enormes cantidades de electricidad y que sólo tienen sentido en países donde la energía es estable, competitiva y verde. Por eso Portugal ha entrado en el radar de los grandes operadores internacionales. Los terrenos y edificios con acceso garantizado a la red eléctrica y a las energías renovables han pasado a valer más y atraen capitales que antes sólo miraban a los mercados del norte de Europa.
En logística, la lógica es similar. Los almacenes modernos ya no se evalúan sólo por su proximidad a autopistas o puertos. La capacidad de producir energía in situ, reducir costes y cumplir objetivos medioambientales se ha convertido en un factor de decisión. Para los inversores institucionales, esto significa menor riesgo, mayor previsibilidad y mayor valor a largo plazo.
En el sector industrial, el vínculo entre energía y competitividad es aún más directo. Muchas industrias sólo pueden operar en Europa si tienen acceso a la energía a precios competitivos. Portugal puede ofrecerlo. Por ello, los activos industriales bien situados y energéticamente eficientes resultan cada vez más atractivos para las empresas y los fondos de inversión internacionales.
Incluso en el sector inmobiliario residencial, donde este debate llegó más tarde, el impacto ya es visible. Los edificios energéticamente eficientes, con menor consumo y soluciones sostenibles, son más fáciles de financiar, más buscados por los inquilinos y más valorados por los inversores. La energía ha pasado a influir directamente en el precio, el riesgo y la liquidez de los activos.
Lo que ha cambiado es la forma en que el capital considera los bienes inmuebles. La energía ha dejado de ser un detalle técnico para convertirse en un criterio estratégico. Portugal tiene aquí una clara oportunidad. Si consigue garantizar la estabilidad reglamentaria, la eficiencia en la concesión de licencias y la continuidad de las políticas energéticas, podrá reforzar su posición como destino de inversión inmobiliaria de nueva generación, más sostenible, más competitivo y más alineado con el futuro de la economía europea.








